Hubo un Fuentes devoto de las canciones de Jarcha, aquel grupo que con sus canciones nos descubrió a finales de los años setenta a los poetas andaluces. Devotos de la “Libertad sin ira”. Lo que el profesor de literatura no conseguía a base de machacar lecciones y triturar exámenes, lo lograba una simple canción de Jarcha mil veces reproducida en uno de aquellos radiocasetes de marca japonesa empeñados en tragarse las cintas como las botas de agua se tragaban los calcetines los días de lluvia. Jarcha es palabra de origen árabe jarya que significa “salida” o punto final.

No es que los radiocasetes se alimentaran de aquellas cintas de magnéticas de óxido férrico, sino que las engullían como castigo para los chavales que escuchábamos a los cantautores cuando teníamos que estar con las matemáticas de la señorita Mercedes. En la sala de estudio nos escondíamos buscando el calorcito de la estufa y los mensajes de justicia y libertad de los cantantes. Ganas de fastidiar a los chavales. Qué les hubiese costado a los profesores animar a Jarcha a cantar en verso el límite de una función, el número “e” (que nunca termina y no tiene un patrón repetitivo en sus decimales) y las operaciones con números enteros. El número “e” era tan inconmensurable como los bostezos de los alumnos en las clases de matemáticas.

En cambio, nadie abría la boca cuando sonaba una copla del grupo más andaluz de la transición. Había otro que cantaba a los poetas andaluces, Aguaviva, pero era madrileño. Nuestro era Jarcha, cuyas canciones olían a rastrojos y a olivares fontaniegos cantando poemas de Miguel Hernández. Otro gallo habría cantado si un autor de la canción protesta de la época se hubiese entretenido en rimar número entero con fatiga de jornalero. No, había que aprender matemáticas a palo seco y eso únicamente estaba al alcance de mentes elevadas. Alfonso “el Boliche”, otro de los profesores de matemáticas, le puso empeño, pero sin éxito. Sólo le faltó acudir a clase armado de guitarra y entonar “fontaniegos de Fuentes, aceituneros atravesaos, decidme cuál el valor de x en esta ecuación sin resultao”.

El coro de bostezos respondía con más fuerza cuando la señorita Lucía Zurita "La monja" se empeñaba en que aprendiéramos Latín, bostezo a bostezo, o cuando teníamos que recitar “El cantar del mío Cid” o si el utrerano profesor Juan José traía a clase las declinaciones y conjugaciones verbales. Para declinaciones verbales ya estaban Jarcha, Carlos Cano y el Cabrero. Jarcha nació en 1972 de la mano de Maribel Martín, Lola Bon, Antonio A. Ligero, Ángel Corpa, Crisanto Martín, Gabriel Trave y Rafael Castizo. Algún día alguien debería hacerle un homenaje a los cantautores por la impagable labor pedagógica que hicieron con las poesías de Machado, Lorca, Alberti, Pepe Suero, Paco Herrera, Gente del Pueblo, Hernández, Gloria Fuertes, Blas de Otero…

Si algún poema quedó grabado en la mente de aquellos chavales fontaniegos de la transición fue gracias a Jarcha, Serrat, Aguaviva, Paco Ibáñez o Labordeta. Las letras de Jarcha traían ecos de libertad y les ponían a las cosas cotidianas de Fuentes las palabras que nosotros jamás hubiésemos sido capaces de pronunciar. Libertad, sin ira, libertad. Guárdate tu miedo y tu ira. Era como si los fontaniegos habláramos por sus bocas y entonásemos las coplas de nuestras vidas por medio de sus melodías. Por eso en aquellos años Jarcha tenía una legión de seguidores en Fuentes. Gente que tan solo pide vivir su vida, sin más mentiras y en paz.

En Fuentes empezaba el arreglo de las calles de tierra y piedras, antes de la llegada del empleo comunitario. Un empleo comunitario al que casi siempre faltaba dinero y había que emigrar a Benidorm, Palma de Mallorca, Barcelona o Madrid. Fuentes vivía de las temporadas francesas, de las temporadas españolas, de salir a Suiza, Alemania y de pensar en la emigración, para luego traer los dineros para Fuentes y hacer una casa. También se vivía del campo, pero poco. Los trabajadores tenían que emigrar.

Eran otros tiempos. Los chavales no teníamos redes sociales en las que beber bulos y asumir discursos de extrema derecha. Eran gente como el malagueño Manuel José García Caparrós, al que el disparo de un policía le arrebató la vida en la manifestación por la autonomía del 4 de diciembre de 1977. Como tantas y tantas mujeres doblemente sojuzgadas, primero por la dictadura y segundo por la cultura machista que imponía obediencia y silencio. Por ponerle voz a los pensamientos de millones de andaluces, Jarcha fue elegido por votación popular mejor grupo español de la época. Libertad, sin ira, libertad, y si no la hay, seguro la habrá. Cómo olvidar aquella estrofa que decía “Cadenas de hierro, cadenas de plata, apenas aquellas me dejaban libre, éstas me amarraban”.