Desde 2014 la política española está condicionada por dos fuerzas tensoras. La del producto organizado del 15M, Podemos, y la del nacionalismo catalán devenido en independentismo. Sendas fuerzas se alimentaron del malestar creado por la salida neoliberal de la crisis de 2008. El catalanismo, además, tuvo un acelerante consecuencia de la sentencia del Tribunal Constitucional de julio de 2010, que cercenó el Estatut de 2006, aprobado por las Cortes catalanas, por el Congreso de España y refrendado por el pueblo catalán.
Como en la mecánica de Newton, toda fuerza de acción genera una de reacción. El régimen del 78, configurado políticamente de forma bipartidista con las excepciones vasca y catalana, activó su clave de bóveda monárquica para que cloacas policiales, profundidades judiciales y poderes mediáticos actuasen concertadamente contra los tensores que ponían en un brete los incumplimientos de la constitución del 78. El “es muy burdo, pero voy con ello” de 2016 está tan unido al discurso de Felipe VI del 3 de octubre de 2017, como la reforma del artículo 135 de la CE de 2011 lo está a la aplicación del 155. Ciudadanos es consecuencia de Podemos y Vox del procés. El primero amortizado, el segundo vive al amparo de neofascismos que crecen en el mundo aprovechando la incertidumbre del futuro envuelta en tambores de guerra.
El PSOE y el PSC se alinearon en los momentos más críticos con las fuerzas reactivas. Lo siguen haciendo cuando se trata de indagar la monarquía o las cloacas. Yolanda Díaz, señalada para ser líder del espacio de cambio, todavía Unidas Podemos, da por amortizados los partidos que lo constituyen echando tierra sobre el brillo de los logros en el gobierno. Ningunear la organicidad que ha logrado las mayores conquistas sociales, laborales, feministas, ecologistas y en derechos para los animales en los últimos tres decenios, incluidas las de su ministerio, resulta extravagante viendo la persistencia de las fuerzas reactivas atacantes de la democracia.
La salida de Junts del gobierno catalán tras el referéndum a las bases convergentes es el final de procés, lo ha dicho Jordi Sánchez. Se pone fin a la alianza independentista transversal. La parte ganadora de Junts deposita su esperanza en el rápido deterioro del gobierno de ERC, con una minoría parlamentaria precaria, y en que Feijóo y Vox sumen en las generales del próximo año para reforzar su argumento de que como España no tiene solución, no hay más solución que irse de España. Son hipótesis inerciales e instintivas. ERC, lo ha dicho Oriol Junqueras, puede gobernar prorrogando los presupuestos sin entregarse al PSC y manteniendo la tensión con el PSOE. Reducida en el escenario la unilateralidad, ni siquiera un gobierno de Feijóo ahondaría en la confrontación política con Cataluña.
La ruptura del bloque independentista en Cataluña deja a ERC las manos libres para negociar con el gobierno de España y con el PSOE de Pedro Sánchez. ERC puede gobernar por la izquierda sin la bola de la derecha catalana atada al tobillo. A su vez, Pedro Sánchez tiene otra oportunidad de oro para plantear una salida democrática que rompa con la historia penal reciente del independentismo catalán y afronte una solución territorial que pase por el derecho a decidir en Cataluña. Pero Sánchez nunca ha actuado con iniciativa propia, ni en materia de derechos y políticas de redistribución, ni en materia territorial, siempre lo ha hecho forzado por los acontecimientos o la correlación de fuerzas.
La historia reciente nos dice que para ERC las únicas fuerzas fiables son Podemos en el estado, Los Comunes en Cataluña, junto con las nacionalistas vascas, PNV y Bildu. Para que ERC pueda avanzar en su estrategia de ampliar su espectro electoral necesita fiabilidad en sus alianzas tácticas y estratégicas fuera y dentro de Cataluña. Dentro, con Los Comunes, fuera con los partidos vascos y con un Podemos que para aguantar y crecer necesita como el agua ampliar su estrategia de bloque de dirección de estado a otros territorios autonómicos. El único camino para forzar al PSOE a trabajar en la izquierda es articular un proyecto político de estado federal/confederal claramente visible. El gran espacio federalista por ocupar está en Andalucía.
En Andalucía abrazar la bandera del andalucismo para ponerla al servicio de los intereses del pueblo andaluz y utilizarla de fuerza activa contra la reacción centralista monárquica debería ser un a prioridad. Quien está usando de manera decidida la bandera de Andalucía es el presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, para regalarla a intereses afincados en el Madrid de Isabel Díaz Ayuso.
Vienen las municipales. Mirar la loseta que pisamos como si lo que ocurre en ella no estuviese determinado por lo que ocurre en el mundo, o eludir dar la cara esperando la belleza por venir en campos de margaritas son actitudes de poco vuelo. Nunca se debe dejar de pensar en grande. Las municipales son una oportunidad para ampliar el espacio de reconocimiento de las conquistas hechas en el gobierno y construir en cada comunidad autónoma proyectos cooperativos con un modelo federal/confederal en la cabeza. Es la manera de reforzar para el futuro el bloque histórico de dirección de estado que defienda la democracia.
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