Acaba 2024, año en el que occidente ha consolidado el régimen de guerra. El régimen de guerra es el artificio con el que la política imperial de los EEUU hace frente al “peligro” chino. Durante el primer cuarto del siglo XXI, China se ha consolidado como la gran potencia de la economía real. Para ello no ha necesitado un ejercito imperial. La capacidad tecnológica y productiva del gigante asiático es imparable. Al capitalismo de los BRICS no lo han parado ni los EEUU de Joe Biden ni lo van a parar los EEUU de Donald Trump.
El régimen de guerra trata de dominar la mente de las poblaciones con gobiernos sometidos a los intereses de los capitalistas estadounidenses. Como ha expresado mejor que nadie Javier Miley, la batalla cultural es clave. Al tiempo, dando una nueva vuelta de tuerca camino de la destrucción de lo que queda de estado social en la UE, y en otros países con elites alineadas con la Sexta Flota, sustenta el crecimiento económico sobre el aumento del gasto militar. Lo que se llama keynesianismo militar, pero con cargo al adelgazamiento de políticas sociales, sanitarias y educativas. El fuerte déficit de los EEUU está anclado a la economía de guerra.
Los limites de los modelos productivistas, tanto del capitalismo neoliberal como del modelo estatal chino son ecológicos y sociales. El crecimiento se basa en la apropiación del tiempo geológico, extractivismo, del tiempo de trabajo, explotación, y del tiempo de las mujeres, reproducción social. El régimen de guerra es una nueva huida hacia delante del capitalismo occidental en su modo neoliberal. Al régimen de guerra no solo le estorba la democracia, le estorba toda función del estado que no tenga que ver con la coerción. Los ricos occidentales, tipo Elon Musk, lo quieren todo todo el tiempo.
El neoliberalismo es un producto evolutivo del capitalismo que ha conseguido extirpar la capacidad de los estados de definir las políticas monetarias y económicas. Ha logrado el consentimiento de sectores muy amplios de población, que es víctima, mediante la batalla cultural dada en un ejército de medios de comunicación de su propiedad. Así ha revelado los límites de la democracia liberal (burguesa). Ante el choque del crecimiento permanente contra los límites planetarios –escasez de materias primas y crisis biofísica planetaria–, y para evitar la acumulación de conflictos capital/trabajo, huyó hacia la economía especulativa financiera y entregó la fábrica a China. Así engendró la crisis de 2008. Ahora huye con la economía de guerra en un intento desesperado de retorno al control total de recursos, producción y mercados mundiales. Eso es la guerra proxy de Ucrania y el belicismo genocida de Israel en Oriente Medio.
Alineada con el discurso trumpista, la ultraderecha crece camino de sustituir a los partidos conservadores. Todo movimiento de resistencia a la ultraderecha que no se oponga al régimen de guerra está condenado al fracaso. La ultraderecha italiana y húngara acaban de asaltar, tras las elecciones europeas, el muro del convenio entre la socialdemocracia liberal y el conservadurismo surgido después de la segunda guerra mundial. La Comisión Europea, dirigida por la alemana Ursula Von der Leyen, ha integrado el fascismo en su equipo directivo con la connivencia de lo que queda de socialdemocracia liberal, a cuyo frente está el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.
Enmanuel Macron se despeña en Francia, el gobierno de Olaf Scholz está descompuesto en Alemania. Fuera de la Unión, el laborismo inglés, entregado al otanismo y la bolsa de Wall Street, gobierna de milagro gracias al sistema electoral del Reino Unido. Entregada al pasado de la democracia liberal europea, cómplice de la destrucción de lo que se ha venido llamando estado del bienestar, la socialdemocracia se precipita en la fractura entre lo que dice y lo que hace. El PSOE español no es menos partícipe del alineamiento con el régimen de guerra. Si aguanta es por el legado de la coalición con Unidas Podemos en la pasada legislatura y por el soporte in extremis de la España periférica y el feminismo que resistieron las embestidas del PP y Vox en las elecciones del 23J de 2023.
Con esta coyuntura aterrizamos en 2025. La incertidumbre sobre lo que quiere hacer o podrá hacer el gobierno de Donal Trump está viva. Ha prometido acabar con la guerra de Ucrania. El nuevo presidente del imperio quiere hacer negocios al tiempo que dejar a las elites políticas y económicas europeas a los pies de los misiles rusos y los coches chinos. Los pueblos europeos son víctimas del régimen de guerra y de la actuación de sus elites políticas como capataces para defender los intereses del capital americano. No es casual que el actual secretario general de la OTAN, Mark Rutte, sea el expresidente de Holanda (Países Bajos), un paraíso fiscal europeo para fondos buitre con oficina en Wall Street. Un tipo que en la crisis de 2008 llamaba PIGS (cerdos) a Portugal, Irlanda, Grecia y España, pide ahora, en crudo, sin sutilezas, cambiar políticas sociales y jubilaciones decentes por inversión en guerra.
Muy pocos focos de resistencia política existen en al Unión Europea capaces de confrontar con el régimen de guerra. En Francia, la Francia Insumisa, en España, Podemos y los soberanismos de izquierdas gallego, vasco, y catalán. Todo movimiento de resistencia a la ultraderecha que no se oponga al régimen de guerra está condenado al fracaso. Con presupuestos o sin presupuestos, no habrá elecciones en 2025, ni PSOE, ni PNV, ni Junts se lo pueden permitir. El riesgo de una mayoría absoluta PP/Vox es manifiesto.
Mientras llega la sentencia del Constitucional que obligue a los jueces a aplicar la ley de amnistía, el partido de los jueces está haciendo el principal trabajo de desgaste de Pedro Sánchez. La alta judicatura rompió los límites del estado de derecho actuando contra Podemos y el independentismo. Con ese entrenamiento en el golpismo de baja intensidad, hay jueces que se sienten impunes para seguir levantando el brazo derecho contra la democracia. El “pacto de estado” para la renovación del CGPJ entre el PSOE y el PP funcionará como rémora antidemocrática en los años venideros.
El PP, Junts y PNV se coordinan para empujar políticas fiscales y económicas de derechas que permitan mantener el pacto entre elites sobre el que ha girado el bipartidismo de régimen. Pero en tanto Vox esté por encima del diez por ciento y Ayuso domine Madrid DF, con Trump como presidente de los EEUU, esto no será fácil. No parece por tanto que la estrategia de aproximación vaya a servir a PNV y Junts para ser futuros pilares periféricos de un gobierno del PP, aunque ahora sirva para sus pataletas de negociación con Sánchez o de ataque a Podemos por no plegarse a lo que ellos digan. Por su parte, el PSOE se aferra a su papel de soporte espiritual de la monarquía parlamentaria. Ese papel ya es el de un farsante, por eso insiste en autodenominarse de izquierdas. Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Todo movimiento de resistencia a la ultraderecha que no se oponga al régimen de guerra está condenado al fracaso. Por eso no cabe defender el malmenorismo para vivir doblegado al PSOE. Todo soberanismo que no se sitúe en el marco de la geopolítca mundial tendrá un campo de actuación limitado y un horizonte poco halagüeño. En España, un país complejo y diverso, toda estrategia política que no reconozca e integre a las distintas identidades territoriales que definen a pueblos culturales y políticos trabajará, aún sin quererlo, para el régimen de guerra. Si, como dice Iván Redondo, la derecha solo gobernará articulando una España Plural, y la izquierda articulando un proyecto plurinacional, para lo primero el impedimento es Vox y para lo segundo, el estorbo lo representa la farsa del PSOE.
(Foto de portada: Dani Gago)