Cuando en la película de Stanley Kubrick el cónsul romano Craso pregunta quién es Espartaco todos los gladiadores responden a coro "¡yo soy Espartaco!". La película trata de la rebelión del conocido gladiador y esclavo tracio que ha trascendido el tiempo. En ese momentos se nos hace un nudo en la garganta y nos dan ganas de gritar también con ellos ¡Yo soy Espartaco!

El cónsul Craso no conoce a Espartaco. Para él es solo un esclavo que debería estar arriesgando su vida para diversión de los romanos. Solo le interesa en cuanto que objeto de diversión o trabajo. Cuando Espartaco se rebela, lucha por su libertad, el senado romano lo ve como un enemigo a batir. Nosotras y nosotros en la distancia histórica Espartaco depositamos nuestra simpatía en el héroe rebelde, mientras los senadores romanos son crueles y cuentan con nuestra desaprobación. Igual ocurre con las historias de esclavos a lo largo de siglos en Europa. No podemos estar más de acuerdo. Siempre hubo pensadores y políticos en contra de la esclavitud, que no era algo inevitable.

Han pasado muchos años, siglos, pero sigue existiendo esclavitud en Europa, tal vez de otra forma, pero esclavitud al cabo. Estamos anclados en lo mismo en muchos lugares. Incluso a nuestro lado en formas de esclavitud moderna, disfrazada. Ahora los mismos que se pueden emocionar con el grito de ¡Yo soy Espartaco! o de las duras imágenes de Djago desencadenado de Quentin Tarantino, miran para otro lado ante la tragedia de Melilla. Es duro escuchar, da vergüenza ajena, al ministro de interior Grande-Marlaska diciendo que ningún emigrante murió en suelo español.

Con eso cree zanjar el problema. Como si las vidas al otro lado de la frontera no importaran. Fue, según el ministro, un ataque violento a la frontera nacional. ¿Con qué armas? ¿Con qué intención? Solo eran personas que buscaban una vida mejor, que abandonaban a sus familias, su tierra que no les ofrecía nada más que miseria y, las más de las veces, falta de libertad. Lo mismo que Roma ofrecía a Espartaco. Roma no conocía el rostro de los esclavos y esclavas. Eran solo objetos. ¿Nos hemos preguntado quieres eran los muertos en Melilla, cuáles eran sus sueños, quiénes les echan de menos?

Hace unos años unas amigas y amigos nos perdimos en el laberinto de los invernaderos de Almería. Fue como una pesadilla. En medio de un infinito mar de plástico malvivían personas en chabolas construidas con los mismos plásticos de los invernaderos, olvidadas de todos y de todo. Ellos no eran un peligro, no eran Espartaco, estaban creando riqueza que disfrutamos los demás.

Cuando pasen los siglos, si aún nuestra especia está sobre la Tierra ¿su simpatía estará con los muertos de Melilla o con los Grandes-Marlaska? Confío en que nuestra especie sea más justa.