A veces las instituciones se alejan de la ciudadanía en la pretensión de hacerlas más cercanas. Viene esto ocurriendo desde hace un tiempo. A través de las redes sociales y las aplicaciones nos van, dicen, facilitando las gestiones, pero qué ocurre cuando una mayoría de ciudadanas y ciudadanos nos vemos fuera del mundo de las tecnologías, cuando nos sentimos analfabetas, perdidas en una maraña de códigos, contraseñas, incluso de un mercado donde el dinero se convierte en virtual. Algo de esto ha ocurrido con la moneda Obúlcula, una buena idea que se pierde entre árboles de datos, correos electrónicos, códigos y móviles que pagan mientras se va perdiendo la seguridad física, entrando en el mundo de un mercado cada vez más alejado de la persona.

Verdad es que ir aprendiendo el futuro es algo ineludible, un futuro que ya está aquí. Pero no podemos quedarnos quietas ante un mundo que nos convierte en consumidoras, sin posibilidad de elegir. No nos engañemos, no somos nosotras las que elegimos. Lo hace un algoritmo, el cual nos hace creer que elegimos nosotras. Con esto no quiero decir que hay que dar la espalda a la tecnología, a la inteligencia artificial. Eso sería dar la espalda a todo lo bueno, y es mucho, que nos ofrecen, pero tenemos que aprender.

Nos tienen que enseñar, aprender juntos y juntas, crear una comunidad de aprendizaje a la manera de Chiapas donde la palabra de cada miembro de la comunidad es igual de válida, porque cada hombre y cada mujer habla en pensado en la comunidad. Necesitamos  pensar en las personas que no tienen acceso a las nuevas tecnologías. Cuando digo nuevas tecnologías no estoy hablando de WhatsApp, Facebook o Instagram, sino de conocer y saber desenvolvernos, no caer en trampas. No seamos, como dice Michel Desmurget en su libro La fábrica, "cretinos digitales". Eso mismo.