El tiempo apremia. Eso me digo cada vez que me miro al espejo cada mañana y veo la cara de mi madre reflejada en él. Hablando de dinero, el joven del banco me que me pueden quedar de vida unos 15 o 20 años. Yo asentí resignada, con esa confianza que te inspira una persona que trata con tu dinero. ¿Existe otro remedio? Ya no se puede guardar el dinero debajo del colchón. Hacienda lo sabría y sería el fin del dormir plácidamente con el espíritu tranquilo.

No es de Hacienda de lo que quiero hablar, aunque se haya colado aquí como en todas partes, sino del paso del tiempo. De nuestro tiempo, el que nos ha tocado vivir, el que vamos agotando cada día, cada minuto, sin apenas darnos cuenta. Hasta que un día vemos reflejada la cara de nuestra madre en el espejo y comprendemos que hemos llegado nosotras mismas a ese tiempo en el que la mirabas con ternura, a la no querías hacer reproches aunque guardaras viejas heridas que fueron cicatrizando, a veces en falso, a fuerza de comprensión porque la vida te ha enseñado que hizo lo que pudo o supo. Eso mismo te planteas como madre y piensas con miedo cómo lo habrás hecho.

Llega un tiempo en el que repasas la vida y te entran dudas sobre lo que has hecho, los caminos y decisiones que has tomado. Nada puede deshacer lo hecho, pero sí se puede seguir intentando hacer las cosas mejor cada día. No podemos descansar antes de tiempo, pero el tiempo nos apremia, nos avisa de que cada vez queda menos, que tenemos que mirar más la belleza, disfrutar de ella porque es lo mejor de la vida. Dentro de la belleza está el amor, el amor a las hijas, a la familia, a las amigas,  al arte, a la literatura, a  la naturaleza, a la humanidad.

Es necesario perder el miedo; recuerdo una escena de la película Apocalipto en la que un padre de una etnia americana, después de encontrase con otros indígenas que huyen de los españoles, le dice a su hijo que ha visto en los ojos de esas personas el miedo, algo desconocido para ellos. A partir de ese momento, el mundo que ellos conocen comienza a derrumbarse. Es el  miedo el que nos ata. Miedo a perder lo ganado, lo que creemos que es nuestro, el que nos hace perder el tiempo, ese tiempo que sólo nos pertenece una vez y que no podemos malgastarlo en cosas que no nos hacen tener una vida buena, que nos impide disfrutar de la belleza.