Hace cuatro años, tal vez cinco, el tiempo pasa sin darnos tregua, una mañana del tiempo navideño, salimos al campo un grupo de mujeres. El ayuntamiento había organizado una caminata por la llamada vía verde. Al llegar al merendero, el final programado del paseo, un grupo de las caminantes propusimos seguir un poco más. Aquella mañana nacieron las andarinas, de una forma tan natural como el andar, el poner un pie detrás de otro, sin pretensiones.

Andar no es un deporte. Éste necesita de unas reglas y técnicas. Andar es consustancial con el ser humano desde el momento en que nos pusimos de pie y contemplamos el mundo desde aquella perspectiva hasta entonces inédita. Para llegar lejos andando se necesita tiempo, saborear el ir llegando, que decía Gloria Fuertes, y eso es lo que hacemos cada domingo las andarinas cuando salimos a los campo y caminos de Fuentes, mientras olvidamos las preocupaciones, disfrutando de  los olores, colores y silencios, interrumpidos por el canto de los pájaros o la charla intrascendente que va surgiendo conforme el sol nos calienta en invierno o nos avisa implacablemente que el tiempo de las salidas se va terminando hasta el próximo septiembre.

Andar no exige nada más que sentir que podemos tener una comunión con la naturaleza. Andar es una filosofía y un aprendizaje, una íntima alegría al sentir que los viejos átomos que nos rodean son los mismos que se liberaron con el Big Bang, esa extraña sensación de la mañana cuando te encuentras cara al viento que mece suavemente el trigo trayendo una vieja canción. Muchas y muchos pensadores y escritores fueron grandes andarines: Rimbaud, Niietzche, Virginia Woolf, Rousseau, Las hermanas Brönte…

Nosotras nos conformamos con crear una amistad que se fortalece a lo largo del tiempo, algunas salen, otras entran, cada cual con su tiempo y su afán. Algunas compañeras abandonan por un tiempo las caminatas, cada cual tiene sus momentos, su afán y responsabilidades. Somos cuidadoras, pero ellas saben que su sitio queda guardado en el grupo, es un espacio personal que encuentra al volver.

Poco a poco hemos ido creando lazos que nos empujan a participar en cuantas acciones creemos importantes, sin grandes pretensiones, solo por echar una mano cuando la ocasión lo requiere. Igual ayudamos a cargar un contenedor para Guinea-Bissau que nos organizamos para ir a una manifestación en defensa de la sanidad pública o cultivamos un huerto, junto a otro grupo de mujeres con inquietudes, que últimamente nos está dando una gran satisfacción. Es hermoso ver crecer las  lechugas mientras contemplas la puesta de sol. Ya no tenemos miedo al colapso, pienso con humor.