En su novela "El secreto de las flores", Valérie Perrin hace decir a Violette Toussaint, la protagonista guarda de un cementerio, que sus vecinos no se quejan nunca, no pelea, ni hacen ruido, ni pagan impuestos, ni tienen que estar pendientes de la hora del dentista. El enterrador de Fuentes, Santiago Cortés, ríe al conocer esa frase y añade que es verdad y que los suyos son lo mejorcito de todo el pueblo. Enterrador, hijo de enterrador, funcionario hijo de funcionario, Santi lleva 34 dando sepultura a los fontaniegos y fontaniegas que pasan a mejor vida. Su padre lo hizo antes que él durante 22 años, así que la familia ha enterrado durante más de medio siglo. La primera vez que exhumó un difunto tenía 16 años y lo hizo alumbrado por la linterna de su madre una noche que su padre estaba enfermo. Desde entonces ha visto los huesos mondos de mucha gente. Y las malas ideas de unos cuantos.

Pregunta.-¿Cómo son los fontaniegos de esta parte del pueblo?

Respuesta.-Estos son buena gente porque una vez aquí todos son iguales. Aquí no existen la envidia, la riqueza ni la pobreza. En esta parte del pueblo hay pocos cambios. La gente se transforma porque al cruzar esta puerta hasta el más soberbio se vuelve humilde. Dicen en Fuentes que tengo mucha psicología y yo digo que tengo conocimiento porque observo a la gente en tres momentos que definen a la persona de manera clara: en la convivencia, en el cachondeo y en la muerte. En esas facetas es cuando todo el mundo muestra lo que lleva dentro. En el cementerio las personas se dan cuenta de lo que supone la muerte y eso les lleva a hacer balance y a sincerarse conmigo.

P.-Habrás visto de todo, ¿no?

R.-Claro, en 34 años aquí se ve de todo. Imagínate. Con 16 años tuve que sacar el primer cuerpo de un ataúd para que se lo llevaran a Sevilla. Era invierno, de noche, y mi madre me alumbraba con una linterna mientras yo exhumaba al difunto porque mi padre estaba malo. Nunca he tenido miedo a los muertos, quizá porque me he criado al lado de mi padre. Aunque la verdad es que mi madre era más valiente que mi padre. Ella se había acostumbrado a esto porque era muy amiga del enterrador anterior, Manuel Corrillo. Con esa edad me llevó mi padre a asistir a una autopsia para que me fuera acostumbrando a conocer la muerte de cerca.

P.-¿Cuántos vecinos tienes aquí?

R.- Más que en la otra parte de Fuentes. Unos once mil, de los que alrededor de siete mil vinieron del cementerio viejo y cuatro mil han sido enterrados directamente aquí desde 1992, que fue el año del traslado. En el otro cementerio había menos diferencia de edad entre los muertos. Casi todos estaban entre los 60 y los 75 años. En este hay más contraste. Ahora fallece más gente joven por culpa del cáncer y los accidentes de tráfico o ya muy vieja, por encima de los 85 años. Tenemos bastantes con más de cien años. Antes también morían muchos niños por las malas condiciones de vida.

P.-Los peores entierros deben de ser los de niños, claro.

R.- Por supuesto. La muerte de una persona mayor duele, pero la de un niño produce un dolor insoportable. Incluso a mí, que estoy hecho a la muerte, se me hincha el corazón cuando tengo que enterrar a un niño. A eso nunca llega uno a acostumbrarse. Por suerte son pocos y, por regla general, los padres se convierten en asiduos del cementerio para siempre. Ocurre lo mismo cuando el fallecido es joven.

P.- ¿Hay muchas personas que vienen a diario?

R.- Un grupo de diez o doce vienen cada día. Luego hay otros que vienen cada quince días o una vez al mes. Al viejo cementerio iba más gente a diario porque estaba pegado a Fuentes. Hay unos padres a los que se les mató un hijo en accidente de moto y no faltan ni un día desde hace 19 años, siempre de luto. Son un ejemplo de fidelidad con un ser querido. Las que vienen a diario son casi todas mujeres, madres de hijos fallecidos jóvenes o viudas de maridos que también murieron jóvenes. Entre los que vienen cada dos semanas hay tanto hombres como mujeres. Este es un lugar mayoritariamente para viejos y no todos están en condiciones de andar cinco o seis kilómetros o no tienen quien les traiga en coche todos los días. La lejanía es uno de los fallos de este cementerio.

P.- Al enterrador también le llega la hora de sepultar a un familiar.

R.- Claro, yo tengo aquí a mis padres y a dos de mis hermanos. Una hermana mía murió en 1968, con trece años por un problema de riñón cuando todavía no había máquinas de diálisis. Y otro hermano, que sufría esquizofrenia, se suicidó en 2015. Lo primero que hago todas las mañanas es darles los buenos días.

P.- ¿Qué se necesita para este oficio?

R.- Haberlo vivido desde pequeño. Yo lo viví desde los 8 años. Mis hijas valdrían para esto, estoy seguro, pero llevan otro camino. Una es maestra y la otra, enfermera.

P.- Te habrás llevado algún que otro sobresalto entre las tumbas.

R.- No, yo no. La gente de esta parte de Fuentes es más tranquila e inofensiva que algunos de la otra parte. Es mentira eso de que algunos muertos aparecen boca abajo, como si se hubieran dado la vuelta solos. Puede ocurrir que el cráneo se haya torcido al perder la sujeción de la carne y los tendones, pero de espaldas, nunca. Tampoco he visto nunca eso que dicen de la tapa de un ataúd arañado por dentro. En el antiguo cementerio, donde los nichos eran de tierra podías encontrarte ataúdes arañados por las ratas, que pasaban de unos nichos a otros porque estaban comunicados por galerías interiores. Aquí eso no existe. El único sobresalto que he conocido se lo llevó mi padre el día que abrió un nicho vacío para hacer un entierro y le saltó a la cara un gato enorme. ¡Menudo susto se llevó!

P.- ¿Dan más sustos los vivos?

R.- Hasta el que parece mejor, va y te la pega por detrás. Lo mejor de todo Fuentes está aquí, ellos sí saben estar. Lo otros son imprevisibles.

P.- ¿Para ser enterrador hay que tener la cara agria, vestir de negro y llevar un cuervo posado en el hombro?

R.- Esa es una imagen del pasado. Antiguamente, en las tabernas a los enterradores no les ponían ni un vaso de vino. Por eso llevaban colgado un jarrillo de lata para que les sirvieran ahí. La gente les daba de lado. Antes de mi padre hubo un enterrador con muy mala fama. Muy de derechas.

P.- ¿Cómo llegó tu padre a enterrador?

R.- De vuelta de tres años emigrado en Alemania, el ayuntamiento le ofreció el puesto y él dijo que antes de volver a dejar a su familia atrás haría lo que hiciera falta. No tenía ninguna experiencia, aunque como ya he dicho, de mi madre decía todo el mundo que la Concha era más valiente que su marido.

P.- Después de 34 bregando con la muerte sabrás algo de eso. ¿Qué es la muerte?

R.- La muerte no sé lo que es, supongo que un tiempo para el descanso después de la vida. Un tiempo que te toca tarde o temprano, como a todo el mundo.

P.- ¿Por qué será que todos los cementerios acaban convertidos en jardines?

R.- Es verdad. El anterior es ahora el parque de los luchadores por la libertad. Antes que aquél hubo otro en lo que ahora es el Postigo y, antes, en el paseo de la Plancha. Será porque la gente no quiere vivir donde antes han vivido los muertos o por respeto por los muertos. Lo cierto es que después de ser cementerio, un lugar sólo puede ser jardín o parque público.

P.- ¿Has visto muchos entierros sin lágrimas?

R.- Muchos no, algunos. Lo normal es que la gente llore porque necesita desahogarse. Porque aquí los sentimientos son libres, mucho más libres que en todo Fuentes. Los entierros tienen la virtud de cerrar las guerras familiares, aunque a veces las desata. Después de pasar por aquí he visto cómo familias que parecían muy unidas empezaban auténticas batallas para hacerse con una casa y unas tierras. No hay que ser muy listo para darse cuenta de cómo la muerte acaba destruyendo a las familias. Eso siempre se debe a que el muerto dejó sin resolver la herencia. Yo creo que hay que repartir las cosas antes de la muerte. Una vez jubilado, si ya tienes tu paga, para qué quieres más propiedades. lo mejor es que las disfruten tus hijos.

P.- ¿Es la muerte un negocio?

R.- Responder a eso me llevaría hablar de política, cosa que no quiero hacer porque todavía mi enfrentamiento con el ayuntamiento está en los tribunales. Cuando salga la última sentencia será el momento de hablar de ese tema.